domingo, 29 de abril de 2012

LA SOCIAL DEMOCRACIA.

POR: RAUL PACHECO BLANCO. La socialdemocracia lleva ya una travesía muy larga de rectificaciones, acomodamientos y vacilaciones, en una época dominada por el fracaso de los grandes modelos, del sistema deductivo para modelar la sociedad de acuerdo con patrones pre-establecidos. Ese itinerario de acomodamiento pasó primero por la poda del marxismo cuando Europa empezaba a cambiar y se veían otros vientos enderezados a su unidad y, a la prescindencia de modelos no convencionales. Así que la socialdemocracia al renunciar al marxismo, se quedó con un fuerte intervencionismo de estado, con unas nacionalizaciones muy selectivas, una seguridad social, una alta tributación y una cogestión de empresas. Todavía seguía insistiendo en aspectos ideológicos, pero ya en una forma muy residual y sin dogmatismos. Pero esa estructura vino a encallar cuando llega al poder Tony Blair y se da cuenta que ese ideologismo que predominaba ya no era suficiente para poder continuar el viraje que le había dado a la economía la señora Tatcher ,y de ahí que con la ayuda de Güiddens, se dedicó a torcerle el cuello a lo poco de ideología que mantenía la socialdemocracia ; a meterla dentro del juego del mercado y fuera de las nacionalizaciones . Y sobre todo, de la justicia distributiva , porque lo importante era permitir que las empresas crecieran y se desarrollaran para que pudieran luego enfrentar las exigencias del estado para el gasto social, mediante la alta tributación. Eso se llamó la Tercera Via y con ella se batió en el gobierno, pero contó con mala suerte pues se le atravesó la guerra de Irak y ahí la opinión pública se le volteó. Y no solamente en Inglaterra los vientos fueron adversos para la socialdemocracia, sino también la mayoría de los demás países europeos, en una rara unanimidad cargada hacia la derecha. Ahora se habla de la Cuarta Vía, tratando de llegarle a la base europea y cortar la tendencia dominante de la derecha en el poder. Y se sigue en la poda de la ideología, a tal punto, que algunos, como Bob Carr tranquilamente señala que las grandes ideas se deben dejar a un lado y que la socialdemocracia se debe dedicar a resolver los problemas cotidianos : es decir, una tarea de buena administración. Y punto. Otros como Carlos Mulas Granados (El País, abril 2012) , profesor de la Universidad Complutense, insinúan otras soluciones : convertir las industrias medioambientales y sociales en motores del proceso productivo, con capacidad para generar bienes deseados por la población , que se pueden comprar y vender : los coches eléctricos o las escuelas infantiles. Además, los parados podrían combinar prestaciones con empleos en prácticas, los pensionistas realizar actividades productivas, los estudiantes trabajar por horas. La creación de un fondo para la igualdad de oportunidades, lo mismo que la creación de dos nuevos poderes como el financiero y el mediático, para agregarlos al ejecutivo, legislativo y judicial. Bajo el punto de vista de los valores, se debe seguir moviendo en el eje libertad-igualdad, agregado a la sostenibilidad medioambiental- Se impulsarán los sectores innovadores como energías renovables, la biotecnología, las industrias culturales o industrias sociales.. Se establecería un programa que renovaría los instrumentos tradicionales del estado de bienestar, para pasar a redistribuir oportunidades a lo largo de todo el ciclo vital de los ciudadanos. Y por último, el abandono del estado nacional para la creación de una dimensión global, el establecimiento de un gobierno para la economía internacionalizada y la introducción de una administración compartida para los bienes públicos globales. Así, que son múltiples las propuestas que se hacen para tratar de reactivar la socialdemocracia, cuando se le abre un abanico de posibilidades, ahora con la elección de Francois Hollande en Francia y la posibilidad el año entrante de un triunfo en Alemania para suceder a la Merkel, cosa que no es nada fácil. Este es un proceso que viven todas las ideologías y todas las tendencias y partidos , tratando de imponer un método inductivo..

jueves, 22 de febrero de 2007

Capítulo I

El ambiente era irrespirable en el convento. Los frailes estaban divididos en dos grandes grupos: los españoles y los criollos, como en las viejas épocas de la colonia; solo que en ese entonces se les decía chapetones a los españoles y ahora los llamaban los euros. Yo estaba sustraído de la división pues apenas acababa de llegar y no me había informado lo suficiente sobre los que estaba sucediendo. Pero en todo caso los españoles hacían cargos muy serios sobre pérdidas de dinero, de malas inversiones que los criollos habían hecho en bancos que se estaban quebrando en el país. De otra parte me daba cuenta de que si bien es cierto se distanciaban los dos grupos en cuanto al manejo de los dineros y las inversiones, en cambio había una coincidencia total en la forma de concebir la vieja religión católica , la que seguía con el cuento de que Jesucristo y Dios eran la misma persona, que la madre de Jesucristo lo había concebido sin menoscabo de su virginidad y cosas por el estilo, ya revaluadas por la nueva teología . Esa fue mi primera discrepancia con ellos y así cuando los veía enfundados en los hábitos para oficiar la misa y les preguntaba sobre lo que expondrían a la hora del evangelio, me encontraba con que no habían preparado tema alguno y, que para resolverlo estaba Dios cuando los iluminara en el momento del sermón, porque para èso eran creyentes , que Dios no abandonaba a sus sacerdotes en trance tan delicado y que por sus labios se produciría el milagro de que Dios hablara por ellos; sólo que ese milagro no se producía y, entonces, yo veía cómo trataban la biblia, cómo molían el mismo cuento del diablo y del infierno y, entonces: si ustedes no obran bien se condenan , allá los estarán esperando los altos hornos del infierno, allá estarán ustedes quemándose si no deciden reformar el rumbo de sus vidas y amar a Cristo sobre todas las cosas. Cuando me presentaron al rector supe se trataba de un español, vasco con toda la barba , quien había desertado de la ETA e ingresado a la comunidad al demostrar tanto a la justicia como a la comunidad que èl no había participado nunca en ninguna de las acciones violentas de la organización y que solamente se ocupaba de oficios menores, sin incidencia alguna sobre actos delictivos, pero con una inteligencia bárbara porque tan pronto ingresó a la comunidad , produjo una escalada de ascensos que no los había producido en la otra organización, en la ETA. Aquí había llegado de rector cuando aun tenia pinta de seminarista, sólo que no llevaba los ojos negros , como lo quería Lorca, sino verdes, bajo el marco de unas cejas espesas que tenía que peinar con cepillo para evitar sus remolinos, acompañadas de una nariz larga y plana y cerrando el espacio un mentón cuadrado como de boxeador. A mi me cayó en gracia , me parecía un hombre bueno , noblote y con mucho éxito con las mujeres , tanto, que el confesionario suyo se veía abarrotado de señoras del barrio y de jovencitas que todavía no se habían inscrito en la Universidad. El día que vinieron del Ministerio para aprobar un post grado de la Universidad me pidió el favor de que llevara hasta el restaurante en donde iríamos a cenar con los funcionarios , a la secretaria de la Universidad y yo no tuve inconveniente alguno en llevarla en mi auto hasta un sitio hermoso , de ambiente campestre, donde se podía ver la ciudad iluminada por una luna clara y las bombillas que titilaban a lo lejos como cocuyos parpadeantes. Yo la llevé gustoso, no faltaba más, era una linda chica que se mostraba entusiasmada por la velada y lo demostró mientras comimos , porque le hizo honor a los aperitivos que la pusieron volando y luego con los vinos de mesa, se le vinieron a enrojecer sus pálidas mejillas . Su ánimo no podía ser mejor y si bien es cierto estuvo parca en la charla, tuvo la suficiente inteligencia para reírse en el momento apropiado y dejar que sus ojos sonrieran mas que sus labios , mientras el rector se batía a fondo con los empleados del ministerio a quienes mantuvo en vilo con sus historias sobre la ETA española y su reinserción a la sociedad y su ingreso al convento. Su sotana blanca alumbraba más de la cuenta, pues le caía de lleno la luz de una bombilla grande que borraba el encanto que podía tener el sitio en una velada de luna llena con pareja a bordo, pero solos, no en compañía de burócratas del gobierno. El debió pensar en esto porque después se supo que era asiduo visitante del lugar en las horas de la noche, siempre en compañía femenina, de todas las edades y condiciones y ya lo conocían no tanto por este hecho, como por las generosas propinas que dejaba a los meseros. Solo que en esas oportunidades, no iba tocado con su sotana blanca, inmaculada como ahora, si no en traje de civil, como cualquier parroquiano, pero no tanto, porque el acento lo delataba a leguas con palabras que no se utilizaban aquí y un seseo que caía sobre los platos de la comida y resonaba con la porcelana de la loza. Si bien es cierto que la secretaria tomó su asiento alejada del rector, no dejaba de echarle un par de vistazos mientras fluía la charla y siempre estuvo atento a que le sirvieran sus aperitivos, le alcanzaran la carta del restaurante y ella a su vez le consultó con cierta picardía qué plato le recomendaba y él se disculpaba porque todavía estaba muy bisoño en cuanto a platos de la comida criolla, pues en el convento tenía un cocinero español, gallego él, quien les preparaba los platos españoles a los frailes españoles. Así que no les faltaba su paella olorosa a mariscos, sus callos a la madrileña, y sus cochinillos. La secretaria demoró su pedido porque estaba muy a gusto con los aperitivos, la alumbraban más, se sonreía más de la cuenta, pero lo hacía con gracia y en el momento oportuno y ésa gracia en la sonrisa y en la risa suplía con holgura cualquier clase de comentario por bueno que fuera. Yo me empezaba a aburrir porque no estaba muy al tanto del proyecto de pos-grado y los cuentos de la ETA ya me los sabía de memoria y, además el rector se hallaba un tanto retirado del sitio en que me encontraba. Los pedidos de la comida habían empezado a llegar, y venían todos menos el de la secretaria, porque cuando el mesero los había tomado, la secretaria estaba volando alto. Ella estaba contenta con su vaso de vino ,que era llenado continuamente por uno de los meseros que se paró casi de oficio frente a ella, dispuesto a complacerla en el más mínimo detalle ,lo mismo que el rector. Pero ya se estaba empezando a poner pesada llamando por su nombre al rector, que inclusive yo no me lo sabía por mi reciente llegada y además, porque yo soy muy malo para retener el nombre de las personas. El rector empezaba a ponerse colorado ante la familiaridad de la secretaria y trató de disimularlo como pudo, iniciando otro corte de cuentos, los mismo de la ETA, que encontraron agradables los funcionarios del gobierno. El rector tenía que madrugar al día siguiente para decir la misa de cinco, que le encantaba ,porque en ella no sabía si estaba de día o de noche y aquella atmósfera lo seducía, como la que producían las bombas que su organización lanzaba a la buena de Dios ,como si se tratara de una red que se zambullera en el agua para ver cuántos peces se venían en sus piolas cebadas con aceite de pescado, como le hacía recordar también sus días de Bilbao cuando estudiaba bachillerato con los jesuitas y lo levantaban a las cuatro de la mañana, para empezar a darle vueltas a la manzana paseando la Virgen por los alrededores, en los célebres maitines que llamaban ellos, los curas jesuitas, o el rosario de la aurora que era el nombre poético con que se endulzaba la criminal levantada temprano, al calor de las cobijas de lana, que le robaban el sueño, como la playa que le va robando las arenas al mar en sus orillas a donde llegan los marineros que “besan y se van”. Por eso abrevió los cuentos de la ETA y ceremoniosamente se dedicó a devorar su pedido, ya dentro de un ambiente de silencio que solamente era roto por el ruido de los cuchillos y de los tenedores sobre el pedernal de la vajilla. Y pidió los postres ,olvidando la comida de la secretaria que ya andaba volando todavía más alto, olvidada de las cosas de la tierra y volvía a llamar al rector por su nombre de pila Alejandro y, peor, por el diminutivo Alejandrito y más, Alejito y le pedía, ¡por Dios!, otro trago que el rector pasaba por alto y se disponía ya a pedir la cuenta para marchar, porque tenía que llevar la niña a su casa y entregársela a su madre que la esperaba allá, ilusionada con la buena amistad con el cura, que por lo menos le garantizaba su permanencia en el puesto. Los burócratas del ministerio quedaban bien impresionados del proyecto de pos-grado y daban la impresión de que se iban tranquilos. Abordaron luego los vehículos de la universidad y cuando yo me disponía a llevar la secretaria en mi auto apareció el rector y me dijo: no se moleste fray Tomás, que yo la llevo a su casa, comprenderá que debo entregársela a su mamá y cosas por el estilo y yo no tuve más remedio que soltársela en medio de los traspiés que daba y el rector miraba a los burócratas del ministerio y les hacía ver con la mirada y con gestos que la perdonaran; es muy niña, poco acostumbrada a esto de los tragos y los burócratas le respondían las miradas con señales de aprobación, de no se preocupe que no es nada, ya le pasará, es muy niña, verdad. Yo me despedí de todos y el rector se llevó casi en los brazos a la secretaria, abrió la puerta de su vehículo, la acomodó en el asiento de adelante, al lado suyo, mientras daba la vuelta `para tomar el timón y empezar a bajar la cuesta. El vehículo del rector partió de una vez a gran velocidad, produciendo un ruido en sus llantas que herían la noche tranquila, abierta en sus ramazones de sombras. Los seguí como pude, pues a la velocidad que llevaban yo no daba la talla, pues hacía pocas semanas había aprendido a manejar con un chofer, que más que un chofer era un homicida, pues le lanzaba el auto a los transeúntes, como si fuera un toro y los transeúntes los toreros y el hombre se complacía al ver la gente cuando instintivamente se echaba hacia atrás, cuando el toro embestía y, él se reía y me decía luego que a la gente había que acostumbrarla a respetar las normas de tránsito, a no irse por la calle, como Pedro por su casa, como si no existiera peligro alguno, como él. Ese había sido mi maestro y yo iba por la carretera observando celosamente que el vehículo del rector no se me perdiera, pero qué va, muy pronto lo perdí de vista y solamente veía la soledad de la carretera y las luces que tiritaban allá abajo en la ciudad. Esa soledad la sentí en mi piel y me vi como algo insignificante que bajara la pendiente en donde no encontraba barrio alguno, casas que acompañaran con su gente adentro la continuidad de la vida, apenas caminos que empezaban aquí y luego se perdían entre las sombras de la noche o pórticos con luces indecisas. El olor de la tierra me venía con un airecillo tímido, que bajaba como mi auto pegado a la montaña. De pronto en un cruce de la carretera alcancé a ver el carro del rector que hacía chillar las llantas de su carro y apresuré mi paso pero las sucesivas curvas volvían a perderlo de mi vista. Luego en los trechos lineales volvía a aparecer y se volvía a perder y volvía a aparecer y se volvía a perder y parecía que aquella bajada no terminaba nunca, que la ciudad se la hubieran llevado más lejos, y que la carretera hubiera comprado más metros de tierra para unirlos y llevarlos hasta el río. Pero en uno de esos vaivenes el vehículo del rector disminuyó de velocidad y se fue perdiendo por un atajo iluminado que se desprendía de la carretera. Yo en cambio aceleré mi vehículo porque pensé que el rector se estaba saliendo de la vía y debía indicarle la dirección correcta y cuando ya tomaba el ramal por donde había entrado el rector, me cegó la luz de un letrero inmenso que se extendía a lo largo de las sombras dándonos la bienvenida, cuyas letras también grandes, enormes, se abrían como alas en la noche: Motel las Brisas. Frené en seco, dí reversa al vehículo y me devolví por donde había entrado. La noche quedaba ahí flotando al borde de la carretera.